No conozco a nadie que no cometa errores, aunque sí a más de uno a quien le cuesta muchísimo admitirlos, al menos en público. Y eso es porque errar aún tiene muy mala fama, aún es contemplado cómo algo a ocultar, o incluso negar.

Sin embargo, es increíble la cantidad de información que puedes obtener de tus fallos. El problema es que normalmente los consideras algo a evitar con lo que castigarte tiempo después.

Aprender de los errores no es obligatorio. Después de ellos, puedes renegar, deprimirte o superarte a ti mismo. Puedes darle la función que quieras, o no darle ninguna y convertirlos en motivo de sufrimiento.

¿Y si te dijera que errar no solo es aceptable sino saludable?

Tal vez me lo aceptarías, si yo te acepto el hecho de que fallar no tiene por qué gustarte a corto plazo. Es decir, ningún ser humano desea equivocarse de entrada, tendemos a buscar el éxito, la solución a los problemas, pues nos motiva salir del laberinto, no quedarnos atrapados en él.

Ahora bien, el desacierto puede ser tremendamente beneficioso, si aprendemos a verlo así.

Los errores aumentan tu tolerancia a la frustración

Cuando te equivoques, espero que no seas indiferente a ello. Te deseo de corazón que te indignes, que te frustres, que te sepa mal, desde luego.

Me gusta pensar que cada uno de mis errores me recuerda aquello de: “¿Y quién te dijo que podías tenerlo todo controlado?, ¿y quién te dijo que eras infalible?, ¿y quién te dijo que ya no tenías nada más que aprender?”

Las cosas no siempre salen como esperas, tus variables no son las únicas en la ecuación de la vida, y la frustración es una emoción que va a acompañarte en algunos tramos del camino, por lo que es mucho más inteligente aprender a convivir con ella, que evitarla a toda costa.

Cada fallo es un recordatorio de humildad, que puede hacerte más fuerte y tolerante ante los obstáculos cotidianos; porque, si asumes que tú no eres perfecto, te será más fácil asimilar que los otros y la vida tampoco lo son.

Los errores te permiten ensayar y ensayar hasta superarte

“He fallado más de 9.000 tiros en mi carrera. He perdido más de 300 partidos. En 26 ocasiones me confiaron el tiro ganador y fallé. He fallado una y otra vez en mi vida, y por eso he tenido éxito” Michael Jordan, leyenda del Baloncesto

Cuando todo sale según lo previsto a la primera, la euforia te invade, es indudable, pero la realidad es que obtienes poco o nulo feedback sobre tus habilidades o capacidades, pues no las cuestionas, ni las revisas.

Es el desacierto lo que te hace sentirte lo suficientemente incómodo como para movilizarte a la acción, para plantearte alternativas a tu repertorio habitual de conductas. “Si esto no funciona, ¿qué puedo hacer para solucionarlo?”

Solo la equivocación te permite practicar, entrenar y mejorar tus propias versiones.

Los errores a veces son aciertos camuflados

La penicilina, el primer antibiótico, fue descubierta por error. Una placa para experimentos bacteriológicos fue dejada al descubierto accidentalmente por el doctor Alexander Fleming en su laboratorio en Inglaterra. Un experimentador que se encontraba en el piso superior se descuidó con el moho que estaba utilizando y parte de él fue arrastrado por el viento a través de una ventana abierta. Fue a parar al cultivo destapado de estafilococos de Fleming. Al día siguiente, el bacteriólogo escocés halló en el platillo un área clara donde la penicilina del moho había estado matando las bacterias.

Este es un claro ejemplo de cómo los errores y los descuidos pueden propiciar un orden distinto en las circunstancias, del que a veces podemos sacar provecho y grandes utilidades.

Acepta que vas a fallar y confía en tu capacidad de buscar el beneficio a la nueva situación generada a partir del desacierto. Esto te hará perder el miedo a errar, además de dotarte de la flexibilidad mental y la creatividad necesarias para ver siempre lo que puedes rescatar de cada equivocación.

Los errores te ayudan a analizar tus puntos de mejora

Quizá seas de los que viven cada fallo como un castigo para cebarse con la autocrítica destructiva. Pues si es así, ya está bien, se acabó.

Deja paso a la autoreflexión sana, aquella que transforma cada equivocación en una oportunidad de ver, saber y aprender algo que antes era inexistente.

 

Preguntas para el aprendizaje:

 

  • Entiende lo sucedido: ¿qué variables influyeron en dicho resultado?, ¿qué otros factores externos o circunstanciales fueron relevantes?, ¿qué explicación le das al error?
  • Utiliza la información: ¿qué harías ahora de forma distinta?, ¿qué tendrías ahora en cuenta que antes te pasó desapercibido?, ¿qué sabes ahora con contundencia que antes relativizabas?, ¿qué moraleja o conclusiones sacas de esa experiencia fallida?
  • Áreas de mejora: ¿has detectado qué habilidades tendrías que reforzar o potenciar para no volver al mismo error?, ¿crees que te hacen falta técnicas o herramientas nuevas para mejorar tu rendimiento?
  • Recursos y modelos: ¿a quién puedes pedir ayuda?, ¿dónde podrías formarte o asesorarte para mejorar tus destrezas y competencias?, ¿cuáles son los modelos de éxito o referentes para ti en los que podrías buscar información?, ¿dónde vas a adquirir los recursos necesarios para superarte?
  • Próximas acciones. Cada fallo puede traer consigo una propuesta de acción para solventarlo. De los problemas hay que ocuparse, y de las equivocaciones hay que crear oportunidades de cambio. Piensa cuáles van a ser los siguientes pasos o tareas que vas a emprender para convertir tu fallo en un aprendizaje.

¿Qué significa para ti fallar?

¿Te cuesta aprender de los errores?